No se trata de amor ni de obediencia
En estos días rodaba por internet una imagen de un bebé recién parido con una T de cobre aniñada en el pelo. La idea de la imagen era mostrar que ningún método anticonceptivo es cien por ciento efectivo, y que por consiguiente las mujeres deberíamos tener derecho al aborto gratuito, legal y seguro en cualquier circunstancia (y sí, ¡debemos tenerlo!). En otro momento, en el Centro Comercial Andino en Bogotá, dos hombres estaban juntos cuando fueron atacados por un “señor de bien” que se sintió ofendido por su homosexualidad. La respuesta al ataque homofóbico fue una lluvia de imágenes de Amor es Amor y las discusiones que seguí llegaban, del lado que condenda la homofobia y con demasiada frecuencia, al mismo argumento beatificante de que la homosexualidad no se escoge.
En los dos casos, se ve en las entrelíneas un mensaje gravísimo. No es culpa de ellos desear algo que está fundamentalmente mal — ni los chicos escogieron ser gays, ni la mujer merece ser castigada, porque ella no escogió embarazarse. Cuando compartimos ese tipo de mensaje reforzamos la idea de que lo que hacemos o queremos es inherentemente malo, y que bueno, a veces se sale de nuestro control y por eso debemos ser perdonados. Y no, la autonomía de las mujeres no es una cosa inherentemente mala ni lo es la homosexualidad. No es algo que debemos evitar pero que el amor nos hace hacer, o que nos pasa así nos estemos cuidando. No hay nada de malo en querer abortar, o en hacerlo. Lo único malo es que nos muramos haciéndolo para satisfacer una idea retrógrada de que es una práctica nociva para alguien — para la autorregulación institucionalizada del capitalismo, en realidad, pero eso es asunto de otro texto. Ni es malo que seamos gays o lesbianas y nos sintamos atraídos por personas del mismo género, y no deberíamos necesitar darnos un baño de amor para justificar nuestra elección.
Cuando pasó lo del ataque homofóbico y la consecuente cascada de Amor es Amor, no pude evitar imaginarme la siguiente circunstancia. Imagínese que usted está conociendo a una persona, salen a veces, duermen juntos, pero están en ese estado tétrico de no sé si le gusto, no sé si me gusta, no sé si esto va para algún lado, etc. Todo el mundo ha estado ahí alguna vez. Muy tranquilamente usted y esa persona van a un centro comercial, se cogen de la mano y se dan unos besos. Un troglodita los ataca, y claro, como comunidad hay que hacer un escándalo y exponer al agresor, etc. Y ahí aparece el Amor es Amor, y en menos de un día uno se ve obligado a declararle amor a una persona que uno no sabe si ama, porque decir Calentura es Calentura parece que no cala en los oídos puritanos de nuestra actualidad. Porque, y ahí viene la jugada, calentarse por gente del mismo género es feo y está mal, entonces como un arete barato al que bañan en oro para que no de alergia, a la homosexualidad la bañamos en amor porque creemos que es necesariamente patológica. El problema de un ataque homofóbico no es atacar a dos personas que se aman — ay, con lo bello que es el amor — sino atacar a dos personas que están llevando su vida tranquilamente y que no le están haciendo nada a nadie, sin importar sus afectos o sus motivos. ¿Quiero decir que la gente no se enamora? Por supuesto que no. La gente se enamora y eso es bello, pero no toda la gente que se besa en público está enamorada y no es obligación de absolutamente nadie mostrar la cédula del amor para que su existencia sea permitida.
¿Qué tiene esto que ver con la foto del bebé recién nacido? Que en nuestras trincheras se producen las pancartas de Amor es Amor y también las de que ningún método anticonceptivo es 100% efectivo. Los dos mensajes están autorizando — y reforzando — la idea de que ellos, los homofóbicos y los camanduleros pro-vida tienen razón, pero que nos perdonen, porque hay cosas que se nos salen de las manos. Estamos diciendo que las niñas obedientes también podemos necesitar un aborto, así nos hayamos portado bien, que por favor no nos castiguen como a las otras, a las putas. ¿Lo ven? Siendo que el mensaje tal vez debería ser apenas que las mujeres abortan porque el cuerpo les pertenece y no le deben ninguna explicación ni una justificación a nadie.
Vivimos en tiempos sombríos, y aunque algunos defiendan que es precisamente ahora cuando tenemos que hacer concesiones, yo opino que ahora más que nunca debemos radicalizarnos. No es momento de estar de acuerdo a medias, porque hay hechos que son irreconciliables. Seguirle la cuerda a quien cree que el aborto o la homosexualidad son cosas radicalemente negativas y sólo perdonables en contextos específicos no hace sino reforzar esa idea puritana y retrógrada. Yo digo que no, que es hora de defender radicalmente que no necesita uno el manto benéfico del amor ni la justificación del uso de anticonceptivos. No debemos seguir fortaleciendo la idea de que la obediencia es lo único que nos salva. Debemos defender radicalmente la idea de que el derecho a la autonomía de las mujeres es innegociable e inmodalizable; la idea de que ser LGBTI es una circunstancia entre muchas otras posibles y tan correcta, buena y rica como cualquier otra. Que lo que es inaceptable es la homofobia. Por mí, no más Amor es Amor ni porcentajes de efectividad, porque no nos están ayudando. Radicalicémonos.