Las aletargadas

Juliana Angel Osorno
3 min readMay 28, 2020

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En estos días hablábamos con unas amigas sobre el letargo de la pandemia. La sensación de nada: ni tristeza, ni rabia, ni ánimo, ni gusto; como cuando tiene uno gripa y todo le sabe a lo mismo: saladito, aguado y tibio. Nada. Lo he visto también en redes sociales. Personas que no conozco avisando que se van a desaparecer un poco de las historias de Instagram porque necesitan una pausa. “Estoy bien”, dicen, “sólo necesito una pausa”.

En una entrevista para el Harvard Business Review, David Kessler, coautor del famoso libro Sobre el duelo y el dolor, dice que la pandemia del coronavirus nos ha llevado a hacer un duelo colectivo. Él y su colega Elisabeth Kübler-Ross fueron los que propusieron las cinco etapas del duelo: negación, rabia, negociación, depresión y aceptación. Creo que en esa clasificación, lo que estamos viviendo algunos sería la fase de la depresión, pero no se me parece esto a una depresión. Es más una supresión: del deseo, de las voluntades, de los humores. En su entrevista, el autor se refiere a esa fase como tristeza (sadness), no depresión. No se trata nuestro letargo de que los sentimientos estén bajos, simplemente no están. No estamos tristes, estamos como ausentes. Y tampoco parece preocupante o apremiante, no hay espacio para esos dos tampoco.

En pequeña escala, nuestras vidas individuales han cambiado mucho. Hemos perdido la calle, las rutinas, la tranquilidad de poder besar y abrazar a otros, tomar el sol, ir al comercio, al cine, salir a bailar sudorosos y aglomerados. La gente se está muriendo a baldados y los sistemas económicos amenazan colapsar. O mejor, nos amenazan con el colapso económico para que retomemos lo antes posible la supuesta normalidad, especialmente el consumo. La vida como la conocíamos murió o por lo menos está en coma. ¿Será eso? ¿Lo que no nos permite el luto pleno sino apenas la suspensión es una pequeña esperanza de alguna vuelta a la normalidad? Incluso los que defendemos que la normalidad era el problema queremos que nos quede algo de lo que conocemos y no podemos acostumbrarnos del todo con la idea de lo desconocido — ¿quién puede?

Me pregunto si no se tratará, también, del aspecto global. En la entrevista, Kessler dice tratarse de un duelo colectivo y resalta como un luto de esas dimensiones nos es extraño. Si estamos todos pasando por la misma situación, si la pandemia es global, si la gente se muere en todos los rincones del mundo por el mismo motivo, es un poco redundante entregarse al dolor. Creo que hay un poco de eso en el letargo y además nos lo han dicho siempre: “piensa que no eres la única que pasa por esto”. Sin duda eso pone las cosas en perspectiva: es normal, en el sentido menos valorado posible. Es normal como la parte gorda de una curva de campana, es lo que nos pasa a la mayoría. Es normal en el sentido de que no es especial, único. La perspectiva le da también un lugar ajeno, lo distancia de nuestra particularidad, de nuestro centro. Lo que no me toca no me afecta. Pero nos afecta, y ahí en algún lugar en el medio del camino se queda ese sentimiento varado; ni nos entregamos a él ni se aleja del todo.

Y así estamos, algunos, con la piel cansada de la tarde gris tan gris, como dice ese verso de la canción de Piero que me viene a la cabeza varias veces al día mientras hago tareas domésticas repetitivas e iguales. O mientras deseo en la cama un ataque de llanto intenso que me consuma y me lave por dentro. O una alegría, la energía de un proyecto nuevo. O como este, un texto con algo parecido a un comienzo, un medio y un fin. Talvez, poco a poco, salgamos del letargo, ojalá lo que nos reste no sea la aceptación.

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