Iván Duque no es un muchacho

Juliana Angel Osorno
2 min readNov 6, 2019

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Empecemos por lo principal: Iván Duque es un hombre, adulto, con plenas capacidades cognitivas y morales. Un hombre que escogió como profesión la política y que aceptó prestarse al juego de ganar una elección presidencial con el capital electoral de otro.

Ese hombre, adulto, escogió afiliarse al partido que hoy representa y, me imagino yo, comparte con sus copartidarios una serie de principios de conducta y de ideales políticos. A Iván Duque nadie le lavó el cerebro, ni lo manipularon, ni le pusieron un arma en la cabeza para que aceptara ser candidato presidencial. A este hombre adulto lo eligieron democráticamente y eso implica que él es el líder nominal de nuestro país. Es él quien debería, y supongo que lo hizo, escoger a sus ministros y despedirlos, en el caso de que le parezca (o nos parezca) necesario. Él es el comandante máximo de las fuerzas armadas. Él, Iván Duque: el presidente elegido de Colombia, el hombre adulto, hecho y derecho, educado, viajado. Iván Duque no es un muchacho.

Si fuera verdad que él se prestó al juego patético de volverse presidente en nombre de otro, es responsabilidad de él disculparse y comportarse como un adulto, no nuestra. Cada vez que alguien dice que Duque es un muchacho, que es muy joven, incluso cuando decimos que es un incompetente o un títere, lo estamos disculpando. Y al disculparlo le quitamos la responsabilidad. Iván Duque que limpie sus propios regueros, que no cuente con nosotros para pasarle el trapero.

Hoy hay siete falsos positivos infantiles. La responsabilidad es del máximo jefe de las fuerzas armadas, es de quien escoge y le alcahuetea el delirio de guerra al Ministro Botero, es de quien no lo despide inmediatamente. Y esas responsabilidades son del presidente. Y por más de que nos huela a trampa, el presidente es el Señor (adulto) Iván Duque. No lo disculpa su juventud comparativa, ni mucho menos su elección, en el caso de que sea efectivamente otro el que gobierna a través de su voz.

Al pan, pan. Al vino, vino. Al presidente su nombre y el peso real de sus responsabilidades.

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