En defensa de rumiar

Juliana Angel Osorno
4 min readAug 29, 2019

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Hoy vengo en defensa de rumiar. Hace unos años que me pregunto cuándo se volvió tan raro acostarse en la cama o sentarse en el sofá y no hacer nada mientras se toma un té. No consumir tendencias de instagram, no hacer listas mentales, anotaciones, no leer una noticia aqui o allí, no prender el computador para deslizarse por otro tobogán de videos de youtube hasta terminar fascinada con máquinas de comida industrializada.

Como escritora, me cojo pensando en que hoy no escribí ni un párrafo y que mejor habría sido por lo menos corregir el capítulo anterior. O que debería haber leído algo relacionado, hecho investigación. Como investigadora, que podría haber leído otro artículo, o llenado una planilla. Uno de mis profesores de escritura creativa decía que a uno la musa lo tiene que coger trabajando, así como el hambre lo debe coger comiendo. Y pues sí, la musa no es una entidad angelical que se presenta fecunda en un rayo de luz, pero ¿qué significa trabajar en ese contexto, en nuestro contexto? ¿Por qué rumiar no es considerado trabajo?

Dirán algunos, y tienen razón — aunque no toda — que sólo se aprende a escribir escribiendo. Y sí, pero yo digo que se aprende a escribir también observando y sobre todo pensando. Elucubrar — que en su raiz latina comparte la luz con alucinar y lúcido — tiene como parte fundamental ser una especulación sin fundamento aparente, sin motivos. Vea que distinto esto es de trabajar.

Nos hemos comido el cuento de la productividad de tal manera que el tiempo de pensar se ha vuelto una práctica criminal, una falla de la personalidad: procrastinadores, perezosos, flojos. Y no. No todos los trabajos son iguales ni todos los productos se deben medir de la misma manera. Una empresa necesita crecimiento, es medible, se puede poner en un gráfico y darle bonos a quien lo genera y echar a quien lo frena. Se desarrollan métodos y fluxogramas y sí, hay que trabajar, tal vez incansablemente, porque hay demasiadas tareas para poco tiempo. Y bueno, eso es el rollo de las empresas, de las ventas y de la productividad. No quiere decir eso que ese debe ser el rollo de todas las otras ocupaciones. Sin contar que lo que más se produce en las empresas son reuniones, que no son más que pensar en grupo.

Pensar es como hacer pan. Uno tiene que sembrar el trigo, cogerlo, secarlo, tostarlo y molerlo; hacer la masa, amasarla, dejarla crecer, sacarle el gas, dejarla de nuevo. Dependiendo del pan, doblarla y manosearla de mil maneras distintas. Ayudarla a desarrollar el glúten, a relajar el glúten; asarlo, dejarlo enfriar, comerlo. Modificar la receta. Todo eso tiene que pasar para tener la experiencia del pan. ¿Cuántas veces no se coge uno olvidando una idea — porque no la anotó, porque pensó que la iba a recordar para siempre porque sonó bonito y uno se encarameló con ella — para meses o años después verla reaparecer renovada, robusta, amiga de ideas que parecían marginales? Y, ¿cuántas veces no estuvo uno peleando porque escribió una idea cuando sonó bonito y después no cabe más en un texto, pero ya está uno más encamado con ella, y cómo quitarla y deshacerse de ella? Nuestra escritura no debe ser tratada como una startup, donde es mejor hacerlo mal pero hacerlo, para después hacerlo mejor. A veces, necesita uno apenas pensar y decidir que si ese texto no sale ahora saldrá otro día.

Y es diferente sólo pensar, y pensar y anotar ideas. La escritura es una tecnología de fijación que nos permitió expandir nuestra memoria, tanto en capacidad como en área. Podemos procesar más, porque no necesitamos ocupar espacio con los teléfonos de todas nuestras tías; están escritos en el celular. Nuestras anotaciones ocupan espacios que ni siquiera necesitan estar cerca de nosotros. Piense en esa libretica tan chévere que tenía y que perdió en un paseo, y con las ideas tan magníficas que había en ella. Ahora está nadando rio abajo como un palo seco y muerto. Hay ideas que, para madurar, necesitan pasear por nuestra imaginación, enamorarse de otras, sufrir un accidente amnésico, resurgir amoratadas, ser escupidas en pedazos por la explosión del trabajo desorganizado de la mente. En la libreta no les va a pasar nada de eso; curiosamente, es en la libreta donde las vamos a olvidar para trabajarlas sólo después… trabajando. Y con lo jarto que es trabajar.

Este es un texto, entonces, a favor del rumiar y contra el comando ingrato y impositivo de la productividad. La ciencia y la escritura tienen su tiempo, necesita uno espacio para pensar. Pensar mal, equivocarse, rescribirse y editarse sin el cursor palpitante en la pantalla del computador. Sin el fantasma de las trece versiones del mismo texto. Sin estadísticas, números e índices de productividad, aunque le duela a las empresas universitarias y a los algoritmos.

Nota: este texto fue escrito en una decena de pensamientos en el transporte público, una sensación incómoda que me acompaña con frecuencia, algunas horas, tres párrafos eliminados, y dos sentadas.

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